sábado, 27 de enero de 2018

Si no está en la Feria, no existe


Entré en la Feria Modelo (el mercado popular más grande de Ovalle)
porque me dijeron que allí conseguiría todo lo que buscaba. Pensé que estaban exagerando y llegué con la certeza de que no todo estaría allí. A veces es grato equivocarse.
Me paseé por los pasillos y cada tienda, cada mesón y cada letrero me confirmaba que allí había de todo. Todo lo que buscaba y lo que nunca imaginé conseguir; Me tropecé con espinacas tan verdes que parecen retocadas con pintura, plátanos tan amarillos que parecen de oro y frutillas tan rojas que bien podrían ser las pinceladas del mismísimo Agustín Abarca.
Los colores de los pasillos son impresionantes: las frutas, verduras y hortalizas tienen unos tonos que maravillan hasta a un daltónico. Pero no sólo los alimentos te impresionan: Todos los estilos de ropa, los juguetes y los libros vienen con el arco iris bajo el brazo. Y si eso no fuera suficiente, el señor que vende los libros viejos y las revistas antiguas vende todos los tonos de matices de sepia y colores envejecidos: desde las páginas marrones de los libros viejos hasta las fotografías amarillentas de principios de siglo pasado.
¡Los aromas también son una fiesta! El pescado -que en otros mercados tiene un hedor que espanta hasta al vecino- aquí es tan fresco que te recuerda a Tom Hanks en El Náufrago. Los olores dulces en La Vieja Maestranza son capaces de hacerte agua la boca aun estando a un pasillo de distancia. Y ni decir si es la hora de colación o de tomar once.
Lo mejor es que en mi egoísmo, y a pesar de que la feria estaba llena, yo era el único que sabía apreciar esos tesoros perdidos a simple vista. Todos los demás –vendedores y clientes- están tan acostumbrados a los olores y colores que ya no los disfrutan, así que eran sólo para mí.
Y al ver que sonreía sólo, todos los vendedores me devolvían el gesto. Desde las sonrisas más pequeñas por extrañeza, pasando por sonrisas de medio labio de complicidad hasta llegar a grandes risas de alegría (sin saber por qué), pero todos los vendedores sonreían.
Así que me fui contento. Ciertamente conseguí todos los colores, percibí todos los aromas y disfruté de todas los tipos de sonrisas que hay. Es que si no están en la feria, no existen.

viernes, 5 de enero de 2018

Una buena conversación

Antes de escribir este post, tuve que pedir su autorización porque iba a hablar de él. Lo pensó pero al final me dijo que no había problema, que lo escribiera, así que se los narro:
Desde que me vine a trabajar a Chile he pasado noches de frío, noches solitarias, noches en las que me hacen "compañía" quienes están más lejos y a quienes quiero más cerca.
A la segunda semana de estar en La Serena tuve que comprar una taza para las bebidas calientes, porque, aunque ya el invierno había pasado, para mí , acostumbrado al calor del trópico, era una tortura que me congelaba los nudillos.
Fui a un almacén chino y busqué la sección de tazas... estaba al lado de los juguetes, lo cual no me pareció extraño sino hasta la primera vez que me habló.
"Por fin me sacaron de ese aburrido estante. No soportaba a los otros tipos: quejones y criticones!" Yo miré a los lados y no vi a nadie, pero sabía lo que había escuchado y sabía que no era mi imaginación. Pero no le di importancia porque al otro lado de la pared de la cocina donde estaba preparando te hay una casa y sus conversaciones se escuchan como si estuvieran sentados en esta cocina.
Pero cuando vertí el agua caliente a la taza, se destapó en elogios. "¡Ohhhh que rico! ¡Por fin! ¡agua caliente otra vez!"
Wow una taza blanca de porcelana me estaba hablando. Es decir me estaba hablando y agradeciendo el agua caliente. ¡Que inusual! A mí me hablaban las lámparas, los lápices, los floreros, pero nunca había conversado con una taza.
Esa noche me explicó que aprendió a hablar cuando era vecino de los juguetes en el almacén, y que estaba agradecido por que lo compró un tipo como yo (que al menos le creo y lo escucho) porque según me dijo "hay cada loco por ahí rompiendo las tazas, que ni te imaginas".
Desde esa noche me cayó bien la taza y hemos compartido algunas vivencias, siempre, al borde de un buen te o un buen café.

jueves, 4 de enero de 2018

Sé que están ahí

Entré, no porque quería.
Entré porque era mi compromiso, era mi labor y entendí que era el único que podía entrar a ese cuarto y salir victorioso.
Cualquier otro que siquiera intentara entrar, no saldría, y si salía nunca podría contarlo.
Había mucho silencio. Y mucho silencio en este caso no es bueno. No sabes donde están. No sabes lo que están haciendo. No me da miedo, sólo que prefiero un poco de ruido. Ellos saben que mientras más silenciosos son, más difícil es sorprenderlos. Saben que no cualquiera entraría a ese cuarto. Pero también saben que soy el único que puede entrar y salir caminando tranquilo y que si a estas alturas ni siquiera me intimidan, ahora es poco lo que pueden hacer para asustarme.
No es que no les tenga miedo, es que no se los demuestro. Los que han intentado atravesar el pasillo quedan helados sólo por sentirlos. Nadie los ha visto, pero todos sabemos que están allí y que no hay que subestimarlos.
Si vas a pasar por esa puerta y a atravesar el pasillo hazlo, pero no les demuestres miedo... Solo respétalos. Están allí.