Regresé a mi casa descalzo y
“bajoniao”.
Así me dijo el fotógrafo,
“estái bajoniao, ¿verdad?”
Sí. Tenía el ánimo bajito,
por el piso. Estaba descalzo y mis ojos luchaban con unas lágrimas a punto de
salir. Con un nudo en la garganta sólo alcancé a responder: “mucho”… mi voz no
daba para más y las lágrimas le ganaron la batalla al orgullo.
Dos horas antes, cuando
estaba a punto de cerrar el diario en el que trabajo, un amigo me indicaba a
través de un mensaje que un autobús se estaba incendiando en la Ruta 5 Norte,
que une a La Serena con Santiago. Más o menos a unos 25 minutos de recorrido.
-“Leo, prepárate, que hay un
incendio y parece que está rudo”, le digo al fotógrafo, y en un instante ya
enfilábamos al siniestro.
Cuando llegamos, del autobús
no quedaban sino los hierros de la estructura y debajo de ellos las cenizas de
lo que alguna vez fue un transporte. Los bomberos trataban de enfriar el
amasijo de metales que todavía chillaba cuando los rociaban con agua fría.
Un par de metros más allá,
una treintena de pasajeros en shock daba gracias a Dios por haber salvado sus
vidas, pero sacaban cuentas de todo lo que habían perdido en las llamas. Todas
las maletas quedaron reducidas a cenizas mojadas que todavía exhalaban vapor.
De los 38 pasajeros, poco
menos de la mitad eran chilenos. Había un peruano, tres bolivianos y el resto
eran venezolanos que estaban apenas llegando por tierra, después de más de 10
días de haberse despedido de sus familias.
-¿Quiénes son los venezolanos?
–Pregunté. Y nos reunimos en círculo en la oscuridad de la noche, alumbrados
por la intermitencia de las luces de Carabineros y Bomberos. Fue ahí cuando me
empezaron a contar lo que había pasado.
-Apenas pudimos salir con lo
que teníamos. Ni el equipaje de mano lo pude sacar.
-El encargado dijo: bajen
rápido que el motor se está quemando, y salimos apenas con lo que agarramos.
-Yo solamente saqué la
mochilita que traía.
-Se me quemó hasta la
chaqueta porque no la bajé, pensé que no era pa’ tanto.
-Ahí se me quemaron los
títulos apostillados, los diplomas y las cartas de recomendaciones que traía
para buscar trabajo.
-Yo no pude sacar el
pasaporte y hasta el pendrive donde traía el currículo digitalizado se me quemó.
-Una chama gritó: Déjenla
salir a ella que va con una niña, y fue cuando me abrieron paso, porque estaba
cargando a mi hija.
-Yo salí descalzo porque no
creí que se fuera a quemar todo. Me había quitado los zapatos para dormir un
rato…
Todos miramos sus pies y se
hizo un profundo silencio.
Recordé cuando un año antes
me vine en autobús desde Maracaibo e imaginé que era yo el que venía de
pasajero en esta ocasión. Soy uno más de ellos. Yo duré once días para llegar a
La Serena, pero estos paisanos iban a la capital chilena, lo que sería una
noche más de recorrido.
No lo pensé mucho y le di
mis zapatos. Yo tendría otros en mi casa. Él lo había perdido todo entre las
llamas.
Carabineros los llevó a un
refugio para que pasaran la noche, y a revisar su estatus migratorio, y yo
pensaba que un año antes pude ser yo quien estuviera en esa situación.
-Lo peor es que varios
entramos a Chile por caminos ilegales y ahora nos pueden deportar. –dijo el
nuevo dueño de mis zapatos…
De regreso Leo me preguntó:
-Estái bajoniao ¿verdad?”
-¡Mucho!
Roberto Rivas Suárez