lunes, 4 de marzo de 2024

Las lágrimas del reencuentro

 

La emoción se respiraba en el ambiente, habían esperado mucho por ese momento, por eso cada minuto y cada segundo, se les hacía interminable.


Las lágrimas estaban a punto de salir, pero sabían que tenían que contenerse. Estaban ansiosas por escapar de los húmedos ojos y rodar por las mejillas, pero entendían que tenían que esperar por el abrazo que había sido postergado por los últimos seis meses. Comprendían que sería solo en ese momento cuando debían aflorar y reclamar su protagonismo... pero el abrazo no llegaba y la angustia amenazaba con secarlas.

Esas lágrimas siempre habían visto a sus colegas en reencuentros en los aeropuertos, pero nunca había vivido uno. Esperaban con desesperación el momento en el que la esposa y los dos hijos bajaran del avión que los llevó desde Maiquetía hasta la capital chilena y se abrazaran con el papá, quien había trabajado los últimos seis meses para lograr el encuentro.

Fueron seis meses difíciles, de trabajos rudos, de jornadas de hasta 36 horas seguidas en distintas “pegas” o labores para reunir el dinero. Fueron seis meses en los que los niños -de 9 y 6 años- extrañaron la presencia de su padre. Se preguntaban cuando llegaría el día del abrazo, lloraban en la soledad sin entender por qué se habían tenido que separar y ahora emigrar.





Ahora las lágrimas de los niños y de sus padres sabían que la espera estaba llegando a su fin.

La mañana del 4 de marzo de 2018 en el aeropuerto de Santiago el largo pasillo de llegada internacional y los trámites de ingreso oficial al país, eran lo único que los separaban. Las lágrimas estaban ansiosas, expectantes.

Al fin superaron los obstáculos, recibieron los sellos en sus pasaportes, recorrieron la infinita distancia que separaba los corazones que latían a millón. Las lágrimas ya no aguantaban la presión.

Los últimos diez metros de su caminata fueron interminables. Después de seis meses la familia entera se volvió a abrazar. Las lágrimas por fin pudieron salir.







viernes, 1 de diciembre de 2023

Una moneda con gran valor



 


Justo acababa de salir a tomar unas fotos al Centro Cultural, ubicado a unas pocas cuadras del diario, cuando Leo Pizarro me llamó por teléfono…

-Roberto ¿Estás cerca? Aquí te buscan dos carabineros…

-Si es Dino Contreras, de la Oficina Comunitaria, dile que me deje la invitación contigo.

-No, no es Dino… son dos oficiales…

¿Dos oficiales? Ahora en qué problema me habré metido, pensé… como editor del diario con apenas un año al frente de El Ovallino ya me había buscado varios inconvenientes, es normal, es parte del trabajo, pero sus consecuencias no pasaban más allá de un par de críticas y algunas amenazas de demanda de esas que nunca se cumplen… Pero esta vez me buscaban dos oficiales en la oficina…

-Que me esperen dos minutos, que ya voy de regreso…

Era febrero de 2019. Cuando entré, el de mayor rango fue el primero en saludarme y presentarse:

-Buenos días, soy el Mayor Álvaro Ilabaca del Canto, comandante de la Escuela de Formación de Carabineros Grupo Ovalle.

-Yo soy el SubTeniente Jorge Castro, jefe de escuadrón.

-Y yo soy Roberto Rivas, y soy al que buscan, pero no sé por qué o para qué...

-Es que queremos invitarlo a que haga clases en nuestra institución -dijo Ilabaca- necesitamos a alguien que dé la cátedra de Habilidades Comunicativas y no se nos ocurre nadie mejor que el Editor del diario local…

Debo confesar que la propuesta me tomó desprevenido. Ciertamente yo había dado clases en instituciones de Educación Superior en Maracaibo, pero nunca imaginé que en Chile me dieran la oportunidad de retornar a la docencia, y menos en la Escuela de Carabineros.



Estaba emocionado con la idea de volver a dar clases, pero tenía dos condiciones.

-La primera es que me ajusten el horario para dar clases sólo a la primera hora de la mañana, para luego venir a trabajar todo el día en el diario. La segunda es que yo no seré Relacionista Público de Carabineros: si un uniformado se mete en problemas yo lo voy a publicar en el diario, y que eso no afecte mi trabajo en la Esfocar, porque primero soy periodista.

-No hay problema -dijo Ilabaca.

Y con un apretón de manos sellamos la invitación.

Más tarde le expliqué al director del diario, Don Ricardo Puga, la propuesta que me hicieron y me dijo que no tenía inconvenientes en que diera clases en la institución. Así que a los días comencé con una de las experiencias más interesantes que me ha tocado vivir: ayudar a los Carabineros Alumnos en sus Habilidades Comunicativas: redacción de actas, discursos, comunicados, comunicación verbal y no verbal, etc.

Sé que no soy el primer venezolano que ofrece clases en la institución, pero quizás sea el primer zuliano en ser docente de la Esfocar, y eso me llena de un orgullo tremendo, además que siempre es una satisfacción poder poner mi granito de arena para formar a un grupo de jóvenes que quieren hacer bien las cosas. ¡Y cuando notas cambios positivos en su manera de redactar o de expresarse, más satisfactorio es!

Hoy 1 de diciembre se celebra el Día del Profesor de Carabineros, ocasión en la que nos rindieron un homenaje a los docentes de la institución, con actividades culturales preparadas por los propios alumnos. Recibí además una Moneda Conmemorativa que tiene para mí un valor incalculable, porque me hace ver lo lejos que he llegado desde que decidí emigrar con mi familia.

Luego de dejar el diario a principios de año me asignaron más secciones y he podido ayudar a más estudiantes. Estoy realmente agradecido con quienes me invitaron y quienes han confiado en mi trabajo en estos años, y sobre todo, agradecido con los alumnos que me dan la oportunidad de colaborar en su formación.

 

 



lunes, 26 de diciembre de 2022

El Niño de Adolfo

 Roberto Rivas Suárez

En diciembre de 1995 –o quizás de 1996- en el Grupo Scout Lucila Palacios nos encontrábamos organizando la actividad de cierre de año para los lobatos de la Manada (niños entre 7 y 11 años), por lo que pedimos a varios dirigentes del grupo que nos ayudaran con los juegos y las actividades que realizaríamos por estaciones.



En ese entonces teníamos muy buena relación con los dirigentes del Grupo Scout Cristo Rey, así que decidimos invitarlos a la actividad, para que los lobatos pudieran compartir con otros niños y que la jornada nocturna fuera más vistosa y divertida.

En ese momento yo estaba al frente del staff de Manada y mis hermanos de la “Zona Roja” (mi generación más cercana) dirigían las unidades mayores. Por supuesto todos se aprestaron a colaborar con juegos y dinámicas.

Ya con el programa estructurado, las responsabilidades asignadas, los materiales listos, los invitados a punto de legar, y cuando faltaban como 30 minutos para dar inicio a la actividad, llegó al lugar mi hermano Adolfo Valecillos y me llamó aparte: “Vení a ver lo que les traje”…

Fuimos hasta su emblemático Malibú blanco y me mostró un cargamento de juguetes que tenía regados entre el asiento de atrás y la maleta. Eran más de treinta juguetes de muy buena calidad, que no le había dado tiempo de forrar. Habían juguetes armables, carros y camiones, figuras de acción y  juegos didácticos.

-¿Adolfo, y esto?

-Vos sabéis que papá siempre trabajó con gestiones de aduanas y de importación. Desde hace años le comenzó a hacer las diligencias a unos chinos que iban recién llegando a Maracaibo y estaban abriendo sus tienditas. Ahora tienen almacenes grandes, jugueterías y hasta supermercados y nosotros le seguimos haciendo las gestiones, pero ahora soy yo el que se entiende con los hijos de los chinos.

-¿Y te los donaron?

-Más o menos. Le dije a uno de ellos que tenía esta actividad con los niños y que me diera el mejor precio que pudiera. Como nos conocemos de años me dejó los juguetes al costo que le salen y hasta me dio un descuento. Pero no vais a decir nada, este es el Niño Jesús…

Nunca le pregunté, pero imaginé que un botín así debió tener un precio considerable para una sola persona.

La actividad comenzó, los juegos por estaciones sacaron risas y diversión en todos los que allí estuvimos. No hubo competencia, sino pura alegría navideña. Dejamos la entrega de regalos para el final, y fue una sorpresa que nadie esperaba. Los niños quedaron asombrados por los regalos, pero más asombrados quedaron los padres y dirigentes que no sabían cómo habíamos hecho para “estirar” la cuota que habíamos pedido para refrigerio, y comprar tal cantidad de buenos juguetes.

La sonrisa de Adolfo no cabía en el lugar.

-Hay un niño que no lo puede creer. Mirá, es aquel que está allá –Me dijo-

Y recuerdo que me señaló a un pequeño que fue obsequiado con una figura de acción. El niño miraba el juguete y no se atrevía a abrirlo, al parecer imaginaba que era mucho para él.

Una de las dirigentes de Cristo Rey se me acercó y me preguntó:

-¿Roberto, cómo hicieron para conseguir estos regalos?

-¿Vos creéis en el Niño Jesús? –le pregunté-

-Sí…

-Bueno, yo también…

Y me quedé con mi ancha sonrisa pensando en el Niño Jesús que Adolfo nos llevó esa noche. Nunca le revelé a nadie el origen de los regalos.

El 20 de diciembre de 2013, mi hermano Adolfo Valecillos murió después de luchar un par de años contra una agresiva leucemia que lo fue consumiendo poco a poco. Esa tarde estuvimos con él. Esa tarde tuvimos la certeza de que sería solo un breve adiós.

 


viernes, 11 de noviembre de 2022

La tarde en la que Luis Aparicio le dio la razón a mi papá

Muchos años después de ser exaltado al Salón de la Fama del Beisbol de los Estados Unidos, Luis Aparicio Montiel seguía siendo –y todavía lo es - un tipo sencillo, una gloria y celebridad del deporte nacional, sí, y al mismo tiempo dueño de una conversación pausada y sabia.

Al igual que a mi papá, Rafael Rivas, a Aparicio le apasiona tanto el beisbol como la formación de los niños y jóvenes, y eso lo conversaron una tarde marabina en la que el ex grandes ligas se tomó su tiempo para visitar un estadio de categorías infantiles, donde niños de entre 7 y 9 años daban los primeros pasos y recibían los consejos iniciales para disfrutar de ese maravilloso deporte.

La plática entre dos grandes valores del Zulia –cada uno a su nivel- desmenuzó el deporte en todas sus tonalidades, desde el amateur al profesional, desde la visión de quien lo promueve, hasta la mirada de quien lo practica y se llena los pies de arena en cada jugada.

Analizando andaban los apoyos públicos a las instituciones deportivas, cuando el eterno 11 de los Medias Blancas de Chicago le dijo a papá algo así como:

-“Lo que yo no entiendo es por qué los políticos no deciden dar más apoyo al deporte menor”

-“Lo que pasa Luis, es que los que se meten en la política lo hacen desde muy jóvenes y casi ninguno de ellos practicó algún deporte… ellos no saben lo que se necesita en el deporte menor, porque no lo vivieron”… argumentó mi padre.

Aparicio se frotó el mentón y tras analizar la respuesta, terminó dándole la razón a papá.

-“No lo había visto desde ese punto de vista, creo que debe ser por eso”, admitió el único hall de la fama venezolano.

El destino quiso que años más tarde, la Pequeña Liga de Beisbol Universitaria bautizara el pequeño campo donde se desarrolló la conversación, con el nombre de “Estadio Rafael Rivas”, en homenaje a quien consideraron “Alma, Corazón y Vida”, de esa institución por casi tres décadas. El recinto, está enclavado en el Complejo Polideportivo de Maracaibo, a menos de 500 metros del estadio “Luis Aparicio (Ortega), El Grande”, en homenaje al papá de quien en una conversación casual, una tarde marabina, le dio la razón a mi papá.

 

Roberto Rivas Suárez

domingo, 31 de mayo de 2020

Ustedes no conocieron a “Orejitas Jack”


Ustedes no conocieron a “Orejitas Jack”

Mucho tiempo después  de ser “Orejitas Jack” fue “Encho”. Muchos lo conocieron así, como “Encho” en  su vida universitaria y profesional. Era su firma, era su identificación; Encho era el periodista, el especialista en edición de videos (que de alguna manera tuve que ver con eso), el locutor profesional, el especialista en deportes, el fotógrafo, el padre… Encho era un tipo sencillo con una sonrisa eterna, de quien era muy fácil ser su amigo. Ese era el tal Encho.

Pero mucho tiempo antes de ser “Orejitas Jack” fue “Edinsito”. Y muchos otros lo conocieron así, como “Edinsito” en sus primeros años. A esa conclusión se llegaba por una vía muy directa, pues así como al primer hijo de Jorge Chacín, que llevaba su mismo nombre, todos lo conocían como “Jorgito”; así, el hijo mayor de Edison Ávila, que llevaba su mismo nombre, estaba destinado a ser conocido como “Edinsito”. No ocurrió lo mismo con el hijo mayor de Rafael Rivas, porque a este lo bautizaron como Róbinson, y no como “Rafaelito”. “Edinsito” estaba siempre contento, siempre tenía un chiste en los labios, siempre sonriente. “Edinsito” era el hijo, el hermano mayor de Haideína y de Gerardo (o “guarapo” como lo bautizó mi papá), era creativo y alegre. Ese era “Edinsito”.

Pero ustedes no conocieron a “Orejitas Jack”. No estaban en el lugar indicado, en ese momento preciso.

Jorge Chacín (padre), Rafael Rivas y Edison Ávila (padre) solo tenían algo en común: sus respectivas esposas trabajaban en la Universidad del Zulia. Ellas no solo compartían labores, sino que desde un principio tejieron una amistad y una hermandad que se ha mantenido por más de cinco décadas. Así Lilia, Yoly y Haydé, no desperdiciaban un fin de semana largo, una semana santa, un carnaval o unas vacaciones de agosto para sacar a la creciente tropa de hijos de paseo y seguir cimentando esa relación.

De esa manera los Chacín-Rodríguez, los Rivas-Suárez y los Ávila-Villasmil crecimos y viajamos juntos por distintos rincones del estado y del país. Éramos doce muchachos (10 varones y dos hembras) que crecimos como amigos-primos-hermanos.
En agosto de 1985, ese batallón de alegría salió a la conquista de Curimagua, estado Falcón, en unas vacaciones espectaculares. Fueron días de juegos, de compartir, de reírnos, de disfrutar de la comida, de los paseos, de la montaña que estaba detrás de la posada, de compartir desde que nos levantábamos hasta que en la noche nos acostábamos rendidos de cansancio.
El grupo se dividía entre los jovencitos y los niños más pequeños. Ya no había bebés en esa camada. Teníamos entre 6 y 15 años.
En las noches después de cenar los más grandecitos nos poníamos a jugar cartas o dominó, nos hacíamos trampas, inventábamos nuestras propias reglas, nos reíamos, nos burlábamos y nos defendíamos en perfecto equilibrio. Sin malicia. Tanto que no recuerdo ni una sola pelea entre nosotros.
Una noche se nos ocurrió colocarnos “nombres código”. El mío fue “Bola negra”, porque así le decían a un tipo en una película que hacía puros chistes malos y comentarios desacertados, y ese nombre me lo gané a pulso. Rodolfo fue “Demóstenes el chicloso” porque una noche se quedó dormido con un chicle en la boca. Edison fue “Orejitas Jack”… no hay que explicar mucho el motivo, pero él estaba contento con ese nombre, siempre sonriente… de los demás no recuerdo los apodos con claridad, pero fue parte del juego, del viaje, de la infancia.

Con Orejitas Jack crecimos viajando a las playas de Los Puertos de Altagracia, las playas de Miramar (Falcón), un paseo a la represa de Burro Negro, Los Andes, y tantos cumpleaños y fiestas familiares (con 18 miembros entre las tres familias siempre había oportunidad para reunirse). Fue una hermandad perfecta.

Así fue compartir la infancia y la juventud con él.
Había que estar ahí, en ese momento, para conocer a mi hermano Orejitas Jack como yo lo conocí. Con su eterna sonrisa




sábado, 14 de marzo de 2020

Los zapatos del pasajero


 Regresé a mi casa descalzo y “bajoniao”.
Así me dijo el fotógrafo, “estái bajoniao, ¿verdad?”
Sí. Tenía el ánimo bajito, por el piso. Estaba descalzo y mis ojos luchaban con unas lágrimas a punto de salir. Con un nudo en la garganta sólo alcancé a responder: “mucho”… mi voz no daba para más y las lágrimas le ganaron la batalla al orgullo.
Dos horas antes, cuando estaba a punto de cerrar el diario en el que trabajo, un amigo me indicaba a través de un mensaje que un autobús se estaba incendiando en la Ruta 5 Norte, que une a La Serena con Santiago. Más o menos a unos 25 minutos de recorrido.
-“Leo, prepárate, que hay un incendio y parece que está rudo”, le digo al fotógrafo, y en un instante ya enfilábamos al siniestro.
Cuando llegamos, del autobús no quedaban sino los hierros de la estructura y debajo de ellos las cenizas de lo que alguna vez fue un transporte. Los bomberos trataban de enfriar el amasijo de metales que todavía chillaba cuando los rociaban con agua fría.
Un par de metros más allá, una treintena de pasajeros en shock daba gracias a Dios por haber salvado sus vidas, pero sacaban cuentas de todo lo que habían perdido en las llamas. Todas las maletas quedaron reducidas a cenizas mojadas que todavía exhalaban vapor.
De los 38 pasajeros, poco menos de la mitad eran chilenos. Había un peruano, tres bolivianos y el resto eran venezolanos que estaban apenas llegando por tierra, después de más de 10 días de haberse despedido de sus familias.
-¿Quiénes son los venezolanos? –Pregunté. Y nos reunimos en círculo en la oscuridad de la noche, alumbrados por la intermitencia de las luces de Carabineros y Bomberos. Fue ahí cuando me empezaron a contar lo que había pasado.
-Apenas pudimos salir con lo que teníamos. Ni el equipaje de mano lo pude sacar.
-El encargado dijo: bajen rápido que el motor se está quemando, y salimos apenas con lo que agarramos.
-Yo solamente saqué la mochilita que traía.
-Se me quemó hasta la chaqueta porque no la bajé, pensé que no era pa’ tanto.
-Ahí se me quemaron los títulos apostillados, los diplomas y las cartas de recomendaciones que traía para buscar trabajo.
-Yo no pude sacar el pasaporte y hasta el pendrive donde traía el currículo digitalizado se me quemó.
-Una chama gritó: Déjenla salir a ella que va con una niña, y fue cuando me abrieron paso, porque estaba cargando a mi hija.
-Yo salí descalzo porque no creí que se fuera a quemar todo. Me había quitado los zapatos para dormir un rato…
Todos miramos sus pies y se hizo un profundo silencio.
Recordé cuando un año antes me vine en autobús desde Maracaibo e imaginé que era yo el que venía de pasajero en esta ocasión. Soy uno más de ellos. Yo duré once días para llegar a La Serena, pero estos paisanos iban a la capital chilena, lo que sería una noche más de recorrido.
No lo pensé mucho y le di mis zapatos. Yo tendría otros en mi casa. Él lo había perdido todo entre las llamas.
Carabineros los llevó a un refugio para que pasaran la noche, y a revisar su estatus migratorio, y yo pensaba que un año antes pude ser yo quien estuviera en esa situación.
-Lo peor es que varios entramos a Chile por caminos ilegales y ahora nos pueden deportar. –dijo el nuevo dueño de mis zapatos…
De regreso Leo me preguntó: -Estái bajoniao ¿verdad?”
-¡Mucho!


Roberto Rivas Suárez

sábado, 7 de marzo de 2020

Los cuatro beisbolistas


La tarde era calurosa, pero no podía ser de otra manera en Maracaibo. Aunque los espacios abiertos de la Universidad del Zulia, que antes fueran las instalaciones del antiguo aeropuerto de Grano de Oro, siempre brindaban la brisa que intentara combatir la sofocante temperatura.
Las gradas del estadio de softbol de la Facultad Experimental de Ciencias regalaban un espacio para la tertulia entre especialistas y aficionados al deporte, permitiendo conversar a la sombra del techado  disfrutando del viento que por momentos acallaba las chicharras que lloraban con la temperatura.
Esa tarde la conversación se centró en el futuro de cuatro buenos peloteros juveniles que recién se estaban forjando un nombre en el béisbol internacional, pero que eran las estrellas indiscutibles de Las Pequeñas Ligas del Zulia y de la Liga Universitaria a la que pertenecían.
Abdías Valbuena Rubio (Q.E.P.D.) periodista y narrador deportivo, gran conocedor del beisbol y del boxeo, siempre tuvo gran olfato para el deporte, no sólo desde el punto de vista del rendimiento en la cancha sino desde el comportamiento fuera de ella.
Rafael Rivas Rodríguez, jugador de la tercera base en sus tiempos de juventud y entrenador de gran trayectoria en el mundo del béisbol menor tenía una duda con respecto a los cuatro peloteros y sólo la experiencia de Abdías –y el tiempo- podrían responderle.
Eran los primeros años de la década de los 80, y los peloteros de la Pequeña Liga de Béisbol Universitaria (la que luego tomara el nombre de LUZ Maracaibo) que fueron firmados por equipos profesionales eran Jhonny Paredes, Marcos Campos, Fernando Soto y Mario Labastidas.
“Yo le pregunté a Abdías por el futuro de esos cuatro jugadores de la Liga Universitaria, y él así me los enumeró:
-Primero Jhonny Paredes, tiene unas muy buenas condiciones para llegar a las mayores, pero es muy desordenado y demuestra poca seriedad en el trabajo.
-Segundo: Fernando Soto, outfielder que tiene unas condiciones grandes, pero es de familia adinerada y no creo que aguante los entrenamientos, porque le van a exigir mucho y no está acostumbrado a mostrar humildad.
-Tercero: Marcos Campos, lanzador de tremenda velocidad y grandes recursos, pero con muy poco amor al juego y es demasiado rebelde, no todos los entrenadores le aguantarán su carácter.
-Y cuarto: Mario Labastidas, de los cuatro jóvenes quizás es el que menos condiciones tiene, pero éste ha de permanecer bastantes años en el béisbol porque es muy disciplinado y le agrada jugar.
Con ese presagio me fui a la casa, pensando en el futuro de los cuatro beisbolistas”, contaría Rivas.
El tiempo se rendiría ante las palabras de Abdías.
Paredes ciertamente llegó a las Grandes Ligas jugando la segunda base con los Expos de Montreal y los Tigres de Detroit, pero se mantuvo sólo por tres años y luego pasó una temporada en Japón.
Soto jugó diez temporadas en Venezuela, casi todas con las Águilas del Zulia, aunque terminó su carrera con los Tigres de Aragua. Con 1300 turnos al bate alcanzó un average de .246 pero no alcanzó a jugar en las Grandes Ligas.
Campos jugó siete temporadas con las Águilas del Zulia, con 49 apariciones y 15 juegos como abridor, dejó registro de 2 ganados y 10 perdidos, y allí se quedó, tal como dijo Valbuena.
Y así como lo predijo Abdías, Labastidas se mantuvo jugando por trece temporadas con las Águilas del Zulia y luego pasó a formar parte del personal técnico siendo coach de tercera por muchos años, hasta la actualidad cuando el equipo rapaz alcanzó la postemporada en 2020. Además es el mánager del equipo juvenil zuliano en la Liga Paralela y del equipo semiprofesional de Bologna, Italia.
Valbuena sabía que el deporte no sólo se trata de condiciones físicas y velocidad, se juega con actitud y con pasión, se permanece con humildad y deseos de aprender de los que saben, y se gana con disciplina y esfuerzo.

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-Abdías Valbuena Rubio fue periodista, narrador y comentarista deportivo. Destacó además por ser un gran dirigente deportivo en el estado Zulia.
-Rafael Rivas Rodríguez, está retirado pero fue entrenador de béisbol y dirigente deportivo con diversos reconocimientos regionales.
Hoy dos estadios de la Liga de Béisbol LUZ Maracaibo –en el Complejo Polideportivo Luis Aparicio- llevan el nombre de este par de legendarios hombres del deporte.

Roberto Rivas Suárez
Marzo 2020