Ustedes no conocieron a “Orejitas Jack”
Mucho tiempo después de ser “Orejitas Jack” fue “Encho”. Muchos lo
conocieron así, como “Encho” en su vida
universitaria y profesional. Era su firma, era su identificación; Encho era el
periodista, el especialista en edición de videos (que de alguna manera tuve que
ver con eso), el locutor profesional, el especialista en deportes, el
fotógrafo, el padre… Encho era un tipo sencillo con una sonrisa eterna, de
quien era muy fácil ser su amigo. Ese era el tal Encho.
Pero mucho tiempo antes de ser “Orejitas Jack” fue
“Edinsito”. Y muchos otros lo conocieron así, como “Edinsito” en sus primeros
años. A esa conclusión se llegaba por una vía muy directa, pues así como al
primer hijo de Jorge Chacín, que llevaba su mismo nombre, todos lo conocían
como “Jorgito”; así, el hijo mayor de Edison Ávila, que llevaba su mismo
nombre, estaba destinado a ser conocido como “Edinsito”. No ocurrió lo mismo
con el hijo mayor de Rafael Rivas, porque a este lo bautizaron como Róbinson, y
no como “Rafaelito”. “Edinsito” estaba siempre contento, siempre tenía un
chiste en los labios, siempre sonriente. “Edinsito” era el hijo, el hermano
mayor de Haideína y de Gerardo (o “guarapo” como lo bautizó mi papá), era creativo
y alegre. Ese era “Edinsito”.
Pero ustedes no conocieron a “Orejitas Jack”. No estaban en
el lugar indicado, en ese momento preciso.
Jorge Chacín (padre), Rafael Rivas y Edison Ávila (padre) solo
tenían algo en común: sus respectivas esposas trabajaban en la Universidad del
Zulia. Ellas no solo compartían labores, sino que desde un principio tejieron
una amistad y una hermandad que se ha mantenido por más de cinco décadas. Así
Lilia, Yoly y Haydé, no desperdiciaban un fin de semana largo, una semana
santa, un carnaval o unas vacaciones de agosto para sacar a la creciente tropa de
hijos de paseo y seguir cimentando esa relación.
De esa manera los Chacín-Rodríguez, los Rivas-Suárez y los
Ávila-Villasmil crecimos y viajamos juntos por distintos rincones del estado y
del país. Éramos doce muchachos (10 varones y dos hembras) que crecimos como
amigos-primos-hermanos.
En agosto de 1985, ese batallón de alegría salió a la
conquista de Curimagua, estado Falcón, en unas vacaciones espectaculares.
Fueron días de juegos, de compartir, de reírnos, de disfrutar de la comida, de
los paseos, de la montaña que estaba detrás de la posada, de compartir desde
que nos levantábamos hasta que en la noche nos acostábamos rendidos de
cansancio.
El grupo se dividía entre los jovencitos y los niños más
pequeños. Ya no había bebés en esa camada. Teníamos entre 6 y 15 años.
En las noches después de cenar los más grandecitos nos
poníamos a jugar cartas o dominó, nos hacíamos trampas, inventábamos nuestras
propias reglas, nos reíamos, nos burlábamos y nos defendíamos en perfecto
equilibrio. Sin malicia. Tanto que no recuerdo ni una sola pelea entre
nosotros.
Una noche se nos ocurrió colocarnos “nombres código”. El mío
fue “Bola negra”, porque así le decían a un tipo en una película que hacía
puros chistes malos y comentarios desacertados, y ese nombre me lo gané a
pulso. Rodolfo fue “Demóstenes el chicloso” porque una noche se quedó dormido
con un chicle en la boca. Edison fue “Orejitas Jack”… no hay que explicar mucho
el motivo, pero él estaba contento con ese nombre, siempre sonriente… de los
demás no recuerdo los apodos con claridad, pero fue parte del juego, del viaje,
de la infancia.
Con Orejitas Jack crecimos viajando a las playas de Los Puertos
de Altagracia, las playas de Miramar (Falcón), un paseo a la represa de Burro
Negro, Los Andes, y tantos cumpleaños y fiestas familiares (con 18 miembros
entre las tres familias siempre había oportunidad para reunirse). Fue una
hermandad perfecta.
Así fue compartir la infancia y la juventud con él.
Había que estar ahí, en ese momento, para conocer a mi
hermano Orejitas Jack como yo lo conocí. Con su eterna sonrisa