Roberto Rivas Suárez
En diciembre de 1995 –o quizás de 1996- en el Grupo Scout
Lucila Palacios nos encontrábamos organizando la actividad de cierre de año para
los lobatos de la Manada (niños entre 7 y 11 años), por lo que pedimos a varios
dirigentes del grupo que nos ayudaran con los juegos y las actividades que
realizaríamos por estaciones.
En ese entonces teníamos muy buena relación con los
dirigentes del Grupo Scout Cristo Rey, así que decidimos invitarlos a la
actividad, para que los lobatos pudieran compartir con otros niños y que la
jornada nocturna fuera más vistosa y divertida.
En ese momento yo estaba al frente del staff de Manada y mis
hermanos de la “Zona Roja” (mi generación más cercana) dirigían las unidades
mayores. Por supuesto todos se aprestaron a colaborar con juegos y dinámicas.
Ya con el programa estructurado, las responsabilidades
asignadas, los materiales listos, los invitados a punto de legar, y cuando
faltaban como 30 minutos para dar inicio a la actividad, llegó al lugar mi
hermano Adolfo Valecillos y me llamó aparte: “Vení a ver lo que les traje”…
Fuimos hasta su emblemático Malibú blanco y me mostró un
cargamento de juguetes que tenía regados entre el asiento de atrás y la maleta.
Eran más de treinta juguetes de muy buena calidad, que no le había dado tiempo
de forrar. Habían juguetes armables, carros y camiones, figuras de acción y juegos didácticos.
-¿Adolfo, y esto?
-Vos sabéis que papá siempre trabajó con gestiones de
aduanas y de importación. Desde hace años le comenzó a hacer las diligencias a
unos chinos que iban recién llegando a Maracaibo y estaban abriendo sus
tienditas. Ahora tienen almacenes grandes, jugueterías y hasta supermercados y nosotros
le seguimos haciendo las gestiones, pero ahora soy yo el que se entiende con
los hijos de los chinos.
-¿Y te los donaron?
-Más o menos. Le dije a uno de ellos que tenía esta
actividad con los niños y que me diera el mejor precio que pudiera. Como nos
conocemos de años me dejó los juguetes al costo que le salen y hasta me dio un
descuento. Pero no vais a decir nada, este es el Niño Jesús…
Nunca le pregunté, pero imaginé que un botín así debió tener
un precio considerable para una sola persona.
La actividad comenzó, los juegos por estaciones sacaron risas
y diversión en todos los que allí estuvimos. No hubo competencia, sino pura
alegría navideña. Dejamos la entrega de regalos para el final, y fue una sorpresa
que nadie esperaba. Los niños quedaron asombrados por los regalos, pero más
asombrados quedaron los padres y dirigentes que no sabían cómo habíamos hecho
para “estirar” la cuota que habíamos pedido para refrigerio, y comprar tal
cantidad de buenos juguetes.
La sonrisa de Adolfo no cabía en el lugar.
-Hay un niño que no lo puede creer. Mirá, es aquel que está
allá –Me dijo-
Y recuerdo que me señaló a un pequeño que fue obsequiado con
una figura de acción. El niño miraba el juguete y no se atrevía a abrirlo, al
parecer imaginaba que era mucho para él.
Una de las dirigentes de Cristo Rey se me acercó y me
preguntó:
-¿Roberto, cómo hicieron para conseguir estos regalos?
-¿Vos creéis en el Niño Jesús? –le pregunté-
-Sí…
-Bueno, yo también…
Y me quedé con mi ancha sonrisa pensando en el Niño Jesús
que Adolfo nos llevó esa noche. Nunca le revelé a nadie el origen de los
regalos.
El 20 de diciembre de 2013, mi hermano Adolfo Valecillos
murió después de luchar un par de años contra una agresiva leucemia que lo fue
consumiendo poco a poco. Esa tarde estuvimos con él. Esa tarde tuvimos la
certeza de que sería solo un breve adiós.