lunes, 26 de diciembre de 2022

El Niño de Adolfo

 Roberto Rivas Suárez

En diciembre de 1995 –o quizás de 1996- en el Grupo Scout Lucila Palacios nos encontrábamos organizando la actividad de cierre de año para los lobatos de la Manada (niños entre 7 y 11 años), por lo que pedimos a varios dirigentes del grupo que nos ayudaran con los juegos y las actividades que realizaríamos por estaciones.



En ese entonces teníamos muy buena relación con los dirigentes del Grupo Scout Cristo Rey, así que decidimos invitarlos a la actividad, para que los lobatos pudieran compartir con otros niños y que la jornada nocturna fuera más vistosa y divertida.

En ese momento yo estaba al frente del staff de Manada y mis hermanos de la “Zona Roja” (mi generación más cercana) dirigían las unidades mayores. Por supuesto todos se aprestaron a colaborar con juegos y dinámicas.

Ya con el programa estructurado, las responsabilidades asignadas, los materiales listos, los invitados a punto de legar, y cuando faltaban como 30 minutos para dar inicio a la actividad, llegó al lugar mi hermano Adolfo Valecillos y me llamó aparte: “Vení a ver lo que les traje”…

Fuimos hasta su emblemático Malibú blanco y me mostró un cargamento de juguetes que tenía regados entre el asiento de atrás y la maleta. Eran más de treinta juguetes de muy buena calidad, que no le había dado tiempo de forrar. Habían juguetes armables, carros y camiones, figuras de acción y  juegos didácticos.

-¿Adolfo, y esto?

-Vos sabéis que papá siempre trabajó con gestiones de aduanas y de importación. Desde hace años le comenzó a hacer las diligencias a unos chinos que iban recién llegando a Maracaibo y estaban abriendo sus tienditas. Ahora tienen almacenes grandes, jugueterías y hasta supermercados y nosotros le seguimos haciendo las gestiones, pero ahora soy yo el que se entiende con los hijos de los chinos.

-¿Y te los donaron?

-Más o menos. Le dije a uno de ellos que tenía esta actividad con los niños y que me diera el mejor precio que pudiera. Como nos conocemos de años me dejó los juguetes al costo que le salen y hasta me dio un descuento. Pero no vais a decir nada, este es el Niño Jesús…

Nunca le pregunté, pero imaginé que un botín así debió tener un precio considerable para una sola persona.

La actividad comenzó, los juegos por estaciones sacaron risas y diversión en todos los que allí estuvimos. No hubo competencia, sino pura alegría navideña. Dejamos la entrega de regalos para el final, y fue una sorpresa que nadie esperaba. Los niños quedaron asombrados por los regalos, pero más asombrados quedaron los padres y dirigentes que no sabían cómo habíamos hecho para “estirar” la cuota que habíamos pedido para refrigerio, y comprar tal cantidad de buenos juguetes.

La sonrisa de Adolfo no cabía en el lugar.

-Hay un niño que no lo puede creer. Mirá, es aquel que está allá –Me dijo-

Y recuerdo que me señaló a un pequeño que fue obsequiado con una figura de acción. El niño miraba el juguete y no se atrevía a abrirlo, al parecer imaginaba que era mucho para él.

Una de las dirigentes de Cristo Rey se me acercó y me preguntó:

-¿Roberto, cómo hicieron para conseguir estos regalos?

-¿Vos creéis en el Niño Jesús? –le pregunté-

-Sí…

-Bueno, yo también…

Y me quedé con mi ancha sonrisa pensando en el Niño Jesús que Adolfo nos llevó esa noche. Nunca le revelé a nadie el origen de los regalos.

El 20 de diciembre de 2013, mi hermano Adolfo Valecillos murió después de luchar un par de años contra una agresiva leucemia que lo fue consumiendo poco a poco. Esa tarde estuvimos con él. Esa tarde tuvimos la certeza de que sería solo un breve adiós.