sábado, 14 de marzo de 2020

Los zapatos del pasajero


 Regresé a mi casa descalzo y “bajoniao”.
Así me dijo el fotógrafo, “estái bajoniao, ¿verdad?”
Sí. Tenía el ánimo bajito, por el piso. Estaba descalzo y mis ojos luchaban con unas lágrimas a punto de salir. Con un nudo en la garganta sólo alcancé a responder: “mucho”… mi voz no daba para más y las lágrimas le ganaron la batalla al orgullo.
Dos horas antes, cuando estaba a punto de cerrar el diario en el que trabajo, un amigo me indicaba a través de un mensaje que un autobús se estaba incendiando en la Ruta 5 Norte, que une a La Serena con Santiago. Más o menos a unos 25 minutos de recorrido.
-“Leo, prepárate, que hay un incendio y parece que está rudo”, le digo al fotógrafo, y en un instante ya enfilábamos al siniestro.
Cuando llegamos, del autobús no quedaban sino los hierros de la estructura y debajo de ellos las cenizas de lo que alguna vez fue un transporte. Los bomberos trataban de enfriar el amasijo de metales que todavía chillaba cuando los rociaban con agua fría.
Un par de metros más allá, una treintena de pasajeros en shock daba gracias a Dios por haber salvado sus vidas, pero sacaban cuentas de todo lo que habían perdido en las llamas. Todas las maletas quedaron reducidas a cenizas mojadas que todavía exhalaban vapor.
De los 38 pasajeros, poco menos de la mitad eran chilenos. Había un peruano, tres bolivianos y el resto eran venezolanos que estaban apenas llegando por tierra, después de más de 10 días de haberse despedido de sus familias.
-¿Quiénes son los venezolanos? –Pregunté. Y nos reunimos en círculo en la oscuridad de la noche, alumbrados por la intermitencia de las luces de Carabineros y Bomberos. Fue ahí cuando me empezaron a contar lo que había pasado.
-Apenas pudimos salir con lo que teníamos. Ni el equipaje de mano lo pude sacar.
-El encargado dijo: bajen rápido que el motor se está quemando, y salimos apenas con lo que agarramos.
-Yo solamente saqué la mochilita que traía.
-Se me quemó hasta la chaqueta porque no la bajé, pensé que no era pa’ tanto.
-Ahí se me quemaron los títulos apostillados, los diplomas y las cartas de recomendaciones que traía para buscar trabajo.
-Yo no pude sacar el pasaporte y hasta el pendrive donde traía el currículo digitalizado se me quemó.
-Una chama gritó: Déjenla salir a ella que va con una niña, y fue cuando me abrieron paso, porque estaba cargando a mi hija.
-Yo salí descalzo porque no creí que se fuera a quemar todo. Me había quitado los zapatos para dormir un rato…
Todos miramos sus pies y se hizo un profundo silencio.
Recordé cuando un año antes me vine en autobús desde Maracaibo e imaginé que era yo el que venía de pasajero en esta ocasión. Soy uno más de ellos. Yo duré once días para llegar a La Serena, pero estos paisanos iban a la capital chilena, lo que sería una noche más de recorrido.
No lo pensé mucho y le di mis zapatos. Yo tendría otros en mi casa. Él lo había perdido todo entre las llamas.
Carabineros los llevó a un refugio para que pasaran la noche, y a revisar su estatus migratorio, y yo pensaba que un año antes pude ser yo quien estuviera en esa situación.
-Lo peor es que varios entramos a Chile por caminos ilegales y ahora nos pueden deportar. –dijo el nuevo dueño de mis zapatos…
De regreso Leo me preguntó: -Estái bajoniao ¿verdad?”
-¡Mucho!


Roberto Rivas Suárez

2 comentarios:

  1. Orgulloso de vos. De eso se trata, de siempre apoyar al otro. A algunos les toca más fuerte, pero siempre debemos intentar ponernos en los zapatos del prójimo. Te amo

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  2. ...es el orgullo de todo Rover estar siempre listo para servir!

    Hermano MÍO!

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